La liebre y el conejo blanco. Privado.

No podía encontrarse de mejor humor, no solamente había cobrado una jugosa paga sino que se había burlado de una de las compañías de farmacéuticos más grandes del país, los americanos siempre tiraban la casa por la ventana sin darse cuenta que mucho de ese esfuerzo solo implicaba un gasto innecesario y dejaba huecos por los cuales se podían colar los ratones.

Salió pues a celebra a uno de los tantos bares de la ciudad. Escogió un que si bien no era de los peores del lugar tenía cierta reputación que haría impensable que los “niños buenos” fuese a ese lugar. La mayoría de los clientes habituales eran hombres rudos, algunos pandilleros de baja monta y muy pocas mujeres, sino alguien no salía herido cada noche la velada se sentía incompleta.

Esa era el tipo de emoción que necesitaba “Gaela”, una que seguramente haría ruborizar deliciosamente a sus padres por la vergüenza de ver a uno de sus vástagos en un sitio tan repulsivo. Vistiéndose para la ocasión con una camisa blanca, pantalón negro y una chamarra marrón oscuro se sentó en la barra y pidiendo una botella de tequila para amenizar el momento.

Tomó el primer trago escrutando a los parroquianos buscando alguno que pudiera llamarle la atención. Tenía ganas de fanfarronear y divertirse un poco. — Amigo brinda conmigo, hoy ha sido una buena noche y es de mala suerte festejar solo.— Le dijo a uno hombre que estaba un par de bancos lejos de él, parecía un prospecto bastante interesante y era mucho mejor que el grupo de jactanciosos de la mesa de la esquina.